Hace exactamente un año, de casualidad, fue a parar a mis manos una revista de interiorismo llamada Architectural Digest, más conocida como AD. Lo primero que recuerdo fue ver su portada y me llamó la atención el titular que citaba la frase «El ayer es moderno» No sé explicar cómo, pero esas palabras provocaron que escogiese esa revista entre varias.
Empecé a pasar las páginas y lo primero que pensé fue: Hay mucho mueble viejo y gastado ,¡y qué caros son! ¿Y esta moda se lleva ahora? Luego los vi combinados con muebles actuales y me llegó la iluminación divina ¡Me encanta!
Fui al quiosco más cercano y decidí comprarme la revista. Ni siquiera sabía cómo pedírsela a la quiosquera ¿El AD? ¿La AD? ¿El Architectural Digest? Al final dije AD y la señalé. Acto seguido, con el tesoro bajo el brazo, fui a la playa a leerla y las joyas que estaban impresas las quería en mi común piso ikeniano.
Mi nueva afición me llevó a buscar esos muebles y objetos por internet, recorrer rastros, comprar a particulares, en definitiva, a dedicar mi tiempo libre al mundillo del vintage.
Mi primera joya la adquirí a una particular de Cantabria. Fue la lámpara de despacho que tiene Don Drapper en la serie Mad Men, la genuina Fase President que ascendió a presidir mi salón sobre un mueble «falso industrial» de Ikea. Con esa única pieza mi sala había cambiado, tenía «algo» que la diferenciaba de las de mis amigos. Ya no hubo marcha atrás, mi avaricia quería poseer el mayor número de tesoros y navegué por los lugares más remotos de internet, visité rastros regateando con mercaderes, luché a vida o muerte con otros piratas en duras subastas y conseguí un gran botín, que llena hasta el punto de rebosar mi pequeña cueva en la ciudad.
Hoy me levanté de la cama y vi mi hogar convertido en un museo de decoración de los años 50 a los 70. Es el momento de compartir el botín y no caer en la avaricia del pirata; no enterrar el tesoro, ni esconder los mapas, y que estas joyas sigan describiendo su historia en hogares ajenos.